12. III. De que Moisés fue el mayor de todos los legisladores de todos los países, así de los
legisladores que han existido entre los griegos como de los que han vivido entre los no
helenos; y de que sus leyes son las más excelsas y verdaderamente Divinas, no faltando en
ellas nada de lo necesario, es prueba clarísima lo siguiente.
13. Cualquiera que se detenga a considerar el destino que ha cabido a las instituciones de
otros pueblos, se encontrará con que han experimentado cambios por innumerables razones:
guerras, opresiones y otras suertes de obstáculos que los vaivenes de la fortuna han
precipitado sobre ellas. Muchas veces también, ha sido la lujuria, la que, desmesuradamente
acrecentada por la abundancia de provisiones y cosas superfluas, ha dado en tierra con las
leyes, ya que el común de la gente, no siendo capaz de emplear bien el exceso de bienes, llega
a saciarse y se torna violenta; y la violencia es enemiga de la ley.
14. Las leyes de Moisés, en cambio, las únicas firmes, fijas, inconmovibles, estampadas con
los sellos de la naturaleza misma, permanecen inalteradas desde el día en que se redactaron
hasta hoy, y todo permite suponer que permanecerán tales como son por todo el tiempo
venidero, como si fuesen inmortales, mientras el sol, la luna y todo el cielo y el mundo
existan.
15. Así, habiendo la nación experimentado tantos y tan grandes cambios, unos hacia la
prosperidad y otros en sentido opuesto, nada, ni siquiera la más pequeña de sus disposiciones
ha variado; porque todos, como es notorio, han guardado el debido acatamiento a su venerable
y Divino carácter.
16. Y si a tales leyes no las ha menoscabado ni el hambre ni la epidemia ni las guerras ni los
reyes ni los déspotas ni los rebeldes embates del alma, del cuerpo, de las pasiones y de los
vicios, ni otra calamidad alguna enviada por Dios o de humano origen, ¿qué mayor prueba
que esa, de que poseen una calidad envidiable y superior a toda ponderación?
17. IV. Pero, aunque con razón cabe pensar que es cosa grande de por sí el hecho de que a
través de tanto tiempo se hayan conservado dichas leyes de manera firme, esto no es todavía
lo verdaderamente admirable. Hay algo más asombroso aún, y es que no sólo los judíos sino
casi todos los otros pueblos, y en especial aquellos entre los que la virtud ha gozado de más
elevado concepto, paralelamente con el crecimiento de la pureza de sus costumbres han
tendido a acogerlas y a tenerlas en alta estima. Esta es, en efecto, la especial distinción que
ellas han alcanzado y que a ninguna otra legislación ha correspondido.
18. La prueba está a la vista. Entre los estados griegos y entre los no griegos ninguno hay,
prácticamente, que tenga un buen concepto de las leyes de otro; y difícilmente conservan a
perpetuidad las propias, ya que las adaptan a las vicisitudes de los tiempos y las
circunstancias.
19. Los atenienses ven con malos ojos las costumbres y leyes de los lacedemonios, y éstos las
de los atenienses. Y otro tanto ocurre entre los pueblos no helenos: los egipcios no respetan
las leyes de los escitas, ni los escitas las de aquellos; ni, para hablar en general, los habitantes
de Asia, las de los de Europa; ni las naciones de Europa las de las naciones asiáticas. Por el
contrario, podemos afirmar que desde el occidente hasta el oriente no hay país, nación o
estado que no sienta desapego por las leyes extranjeras, y no piense que, despreciando las de
los otros, aumentará el crédito de las propias.
20. Con nuestras leyes no pasa lo mismo. Ellas despiertan y atraen el interés de todos, de los
no griegos, de los griegos, de los habitantes del continente, de los isleños, de las naciones del
este y del oeste, de Europa y Asia, de todo el mundo habitado, de un extremo al otro.
21. ¿Quién, en efecto, no respeta aquel sagrado séptimo día, concediendo un descanso y un
alivio en los trabajos tanto a sí mismo como a los que viven junto a él, no sólo a los libres sino
también a los esclavos, y más aún, también a las bestias?
22. El alto en las tareas alcanza también al rebaño todo y a todas las creaturas que existen para
asistir al hombre sirviéndole como a su señor natural; y se extiende asimismo a toda suerte de
árboles y plantas; como que no está permitido cortar ni un brote ni una rama ni una hoja
siquiera, ni recoger un fruto, cualquiera fuere, pues en dicho día todos quedan en libertad y
obran como si fueran realmente libres, sin que nadie, conforme a una norma universalmente
reconocida, se meta con ellos.
23. ¿Y quién no mira con admiración y reverencia cada año el llamado Ayuno, que se cumple
con mayor estrictez y solemnidad aún que el mes sagrado?6 Porque, durante este mes no
faltan ni el vino puro ni las mesas bien provistas ni toda la inmensa variedad de comidas y
bebidas que contribuyen a acrecentar los insaciables placeres del vientre, y hacen, a la vez,
estallar los apetitos que tienen lugar debajo del vientre.
6 El mes sagrado de los griegos, durante el cual se celebraban grandes festejos y se suspendían
las hostilidades y el funcionamiento de los tribunales.
24. En nuestro ayuno, en cambio, no está permitido llevarse a la boca ni alimento ni bebida, a
fin de que, con los corazones puros, sin que ninguna pasión corporal se interponga o estorbe,
como sucede habitualmente por el exceso de alimentos y bebidas, se celebren las festividades
y se procure la benevolencia del Padre del universo con las plegarias apropiadas mediante las
cuales es costumbre pedir el perdón de las pasadas faltas y el goce de nuevos bienes.
25. V. La admiración que la santidad de nuestra legislación ha despertado no sólo entre los
judíos sino también entre todas las demás naciones se hace patente en los hechos ya mencionados
y en los que vamos a señalar.
26. En remotos tiempos nuestras leyes fueron escritas en lengua caldea,7 y durante mucho
tiempo permanecieron en esa misma forma sin que se tradujesen, y así llegó un día en que su
belleza no pudo ser ya conocida por la otra parte de los mortales.
7 Es decir, la lengua hebrea. Ver Sobre Abraham, nota 3.
27. Sin embargo, la ininterrumpida y diaria observancia y práctica por parte de los que a ellas
se ajustaban en su conducta las daban a conocer a otros y su prestigio se extendía por todas
partes. Es que las cosas excelentes, aun cuando por la envidia queden ensombrecidas durante
un corto tiempo, vuelven de nuevo a resplandecer en su momento oportuno gracias a la
propicia cooperación de la naturaleza. Tal era la situación, cuando, pensando algunos ser cosa
lamentable el que sólo en una mitad del género humano, es decir, sólo entre los no griegos se
las hallara, quedando privados completamente de ellas los helenos, se abocaron a la tarea de
traducirlas.
28. Dada la importancia y la pública trascendencia de la obra, se acudió no al inmenso
número de personas particulares o simples magistrados, sino a reyes, y entre ellos al más
ilustre de todos.
29. Este fue Ptolomeo, llamado Filadelfo, el tercero en la sucesión a contar desde Alejandro,8
el conquistador de Egipto. Por las altas cualidades para el ejercicio del mando sobrepasó no
solo a los reyes coetáneos sino a los que alguna vez reinaron en el pasado. Y hasta nuestros
días, no obstante haber pasado tantas generaciones, es celebrada , su gloria, y en distintas
ciudades y países quedan muchos testimonios y monumentos que perpetúan el recuerdo de la
grandeza de su espíritu, al punto de que todavía hoy las liberalidades fuera de lo común y las
grandes construcciones reciben de él el proverbial calificativo de filadélficas.
8 La sucesión fue ésta: Alejandro Magno, Ptolomeo I Soter, Ptolomeo II Filadelfo (285-247).
30. En suma, que, así como la dinastía de los Ptolomeos alcanzó un florecimpnjto excepcional
comparada con las demás monarquías, otro tanto ocurrió con Filadelfo respecto de los demás
Ptolomeos. Las cosas elogiables que llevó a cabo él solo apenas las realizaron todos los otros
juntos, por lo que, estableciendo un paralelo con esa soberana de la creatura viviente que es la
cabeza, podríamos decir que fue la cabeza entre los reyes.
31. VI. Tal fue el hombre que, habiendo concebido una ardiente simpatía por nuestra
legislación, determinó que se la tradujera de la lengua caldea a la griega. Sin pérdida de
tiempo envió una delegación al sumo sacerdote y rey de Judea; que ambos cargos estaban
concentrados en una misma persona; manifestando sus propósitos y proponiéndole que
escogiera a los hombres más capacitados para la traducción de las leyes.
32. El sumo sacerdote, complacido, como es natural, y seguro de que no estaba ausente la
atenta presencia de Dios en la preocupación del rey por tal obra, escogió entre los hebreos a
aquellos que le merecían el más alto concepto, los que habían adquirido una versación tanto
en lo que toca a la cultura de su propia raza como en lo que a la helénica se refiere; y se los
envió con agrado.
33. Así que llegaron y que les hubo sido ofrecida una acogedora recepción, correspondieron a
las atenciones de su huésped con un verdadero banquete de corteses y apropiadas
contestaciones. El rey, en efecto, puso a prueba la ciencia de cada uno proponiéndoles no las
cuestiones de rutina sino otras novedosas, y ellos las fueron resolviendo con respuestas felices
y acertadas, y en forma de sentencias, ya que la ocasión no era propicia para extenderse en
largas exposiciones.
34. Superada esta prueba, comenzaron de inmediato a cumplir con el objeto de su elevada
misión; y, considerando entre ellos cuan inmensa empresa era la de hacer una acabada
traducción de leyes manifestadas por Dios mediante oráculos, en las que no les estaba
permitido ni quitar ni agregar ni cambiar cosa alguna, debiendo conservar la forma original y
las peculiaridades de las mismas, averiguaron cuál era en las vecindades, fuera de la ciudad, el
lugar más libre de presencias extrañas. Porque los sitios interiores a las murallas, por estar
llenos de toda suerte de creaturas vivientes, no les merecían confianza en razón de las
enfermedades y muertes y el impuro proceder de los que gozaban de buena salud.
35. Frente a Alejandría hállase situada la isla de Faro, de la que una estrecha faja de tierra se
extiende en dirección a la ciudad. Como está rodeada por un mar de aguas poco profundas y
con bajíos en su mayor parte, el intenso rumor y estrépito que produce el ímpetu del oleaje se
extingue a muy gran distancia de la tierra.
36. Juzgando que este era de todos los sitios de los alrededores el más apropiado para gozar
de paz y tranquilidad, y para que el espíritu se concentrara en las leyes exclusivamente, sin
interferencias extrañas, se instalaron allí; y, tomando los sagrados libros, elevaron hacia el
cielo las manos que los sostenían, y suplicaron a Dios por el éxito en su cometido; súplicas
que Dios acogió favorablemente con el objeto de que la mayoría, y aun la totalidad del género
humano, se beneficiara observando sabias y nobilísimas normas para bien encaminar sus
existencias.
37. VII Situados fuera de toda mirada y sin otra compañía que la de los elementos de la
naturaleza: la tierra, el agua, el aire y el cielo, acerca de cuya creación versaban las primeras
revelaciones que se aprestaban a traducir, pues la creación del mundo ocupa la primera parte
de nuestra legislación, fueron realizando la traducción, cual inspirados por Dios, no unos de
una manera y otros de otra, sino todos con las mismas palabras y frases, como si a cada uno se
las dictara un oculto e invisible apuntador.
38. Ahora bien, ¿quién ignora que cada lengua, y en particular la griega, posee una gran
riqueza de léxico, y que el mismo pensamiento puede expresarse de muchas maneras variando
los términos en mayor o menor medida, y adaptándole según los casos ora una expresión ora
otra? Pues, no sucede tal cosa, según afirman, en el caso de nuestra legislación, antes bien las
palabras griegas corresponden exacta y literalmente a las palabras caldeas, y expresan con la
máxima precisión las cosas que dan a conocer.
39. Es que, así como en geometría y en lógica entiendo yo que lo que se manifiesta no admite
variedad en la manera de expresarse, y permanece invariable la expresión fijada
originalmente; del mismo modo se advierte que también estos traductores dieron con los
términos adecuados a los asuntos, términos que eran los únicos o los que en mayor grado
habrían de expresar lo que ellos querían manifestar.
40. La más clara prueba de ello es que aquellos caldeos que han aprendido la lengua griega, y
aquellos griegos que han estudiado la caldea, si tienen a mano ambas versiones, la caldea y la
traducción griega, las miran con gran asombro y admiración como si fueran hermanas, o más
aún, una sola e idéntica tanto en el contenido como en las palabras; y proclaman que, más que
simples traductores, aquellos fueron intérpretes de sagrados misterios y profetas a los que la
pureza de sus pensamientos les permitió avanzar a la par del más puro de los espíritus, el de
Moisés.
41. Tal es la razón por la que hasta la actualidad todos los años tiene lugar una celebración y
una general reunión en la isla de Faro, rumbo a la cual atraviesan el mar no sólo judíos sino
también muchísimos otros para honrar el lugar donde por primera vez se encendió la claridad
de esta traducción, y para dar gracias a Dios por este viejo y siempre renovado beneficio.
42. Luego de las plegarias y acciones de gracias, unos instalan sus tiendas junto al mar y otros
se echan sobre la arena de la ribera al aire libre, y hacen los honores a una buena mesa en
compañía de familiares y amigos, convencidos de que para la ocasión la playa resulta un lugar
mucho más suntuoso que las bien dispuestas salas de los palacios.
43. Hasta ese punto se pone de manifiesto el grado de adhesión e interés que despiertan
nuestras leyes en todos los simples particulares y en los gobernantes; y ello, no obstante no ser
próspera la situación de nuestra nación de muchos años a esta parte, y siendo en cierto modo
natural que la obscuridad se cierna sobre las cosas de los que no atraviesan épocas de
prosperidad. 44. Pero, si se llegara a producir un impulso que señalara el comienzo de más brillantes
perspectivas, ¡cuan grande sería el cambio favorable que cabría esperar! Mi opinión es que
todos, abandonando cada uno sus costumbres particulares y dando un firme adiós a las leyes
de su país, pasarán a honrar las nuestras exclusivamente, ya que el resplandor de estas leyes
en momentos felices para nuestra nación oscurecerá a las demás, como el sol naciente
oscurece a los demás astros.
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