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EN EL IMPERIO ROMANO
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EN EL IMPERIO ROMANO
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En la época de Yeshúa, Palestina forma parte del imperio romano. Veamos cómo lograron los romanos implantarse en ella, qué medios utilizó Herodes para convertirse en rey y cuál era la situación política de Palestina en tiempos de la predicación de Yeshúa.
Origen de los
intereses romanos en Israel
LA SITUACION GEOPOLÍTICA
Los primeros
contactos entre Roma y los judíos datan de mediados del siglo II a.C. Son
consecuencia de un juego político muy complejo en el que la república romana se
fue mezclando poco a poco (a partir del año 200 a.C.).
Por esta época, el Mediterráneo oriental está repartido entre las diversas monarquías que nacieron de las conquistas de Alejandro: los láguidas reinan en Egipto; los seléucidas dominan sobre un imperio que se extiende teóricamente desde el Asia Menor hasta el indo, pero que con el correr de los años se fue reduciendo como una piel de zapa: se vio
amputado al oeste por las usurpaciones, al este por la independencia de hecho de algunos soberanos y por la expansión de los partos. Macedonia está gobernada por los antigónidas que con diversa fortuna intentan dominar sobre las ciudades de Grecia y las islas del Egeo. El pequeño reino de Pérgamo, en el extremo oeste del Asia Menor, está gobernado por los atálidas.
Todos estos reinos forman un mundo dinámico que extiende por todo el oriente los valores culturales griegos, dando así nacimiento a lo que se llama la civilización helenista. Si es real, aunque a veces superficial, la unidad artística y lingüística de este mundo, se trata sin embargo de un conjunto políticamente inestable, desgarrado por las guerras y las disputas dinásticas, en donde la imagen del soberano no puede separarse de la del caudillo guerrero, con todo lo que esto supone de energía física, de aptitud para mandar y por tanto de afición a la guerra. Estos reyes se preocuparon de perfeccionar su ejército, hasta el punto de que se ha podido hablar de una verdadera carrera de armamentos: la infantería pesada (la falange) estaba apoyada por una caballería pesada (los catafractarios) y una caballería ligera, a la que se añadían los elefantes. Los antigónidas, por ejemplo, tenían un depósito de 300 sementales y 30.000 jumentos y los seléucidas contaban con 500 elefantes.
En este contexto tan agitado, Palestina ocupa un sitio especial. Al constituir una parte de lo que entonces se llamaba la Koilé-Siria (esto es, la Siria hundida entre las mesetas del norte y las cadenas del Líbano y del Antilibano), era objeto de las ambiciones permanentes y de los conflictos que oponían a los láguidas y a los seléucidas. Parte integrante de la quinta satrapía persa (la Transeufrateana), cayó bajo el poder de los láguidas después de la conquista de Alejandro. Los judíos parece ser que se acomodaron bastante bien a aquella hegemonía que no les molestaba demasiado. Pero el año 200 (o el 198) a.C., Ptolomeo V fue vencido por Antioco III en la batalla de Panion: Palestina pasó entonces bajo el dominio del soberano seléucida. El nuevo amo se mostró diplomático con los judíos; por otra parte, Antioco III tenía otras preocupaciones, las que le daba la guerra con Roma. Derrotado en el 189, tuvo que firmar el tratado de Apamea y pagar una fuerte indemnización que gravó por mucho tiempo sobre la tesorería seléucida. Su sucesor, Antíoco IV Epifanes, deseoso de luchar contra las fuerzas centrifugas que minaban su imperio y de seguir las tradiciones de los fundadores de la dinastía, emprendió una política de helenización autoritaria de la que no se libró Palestina. Este intento dividió a los judíos en dos tendencias: los filohelenos (o pro-griegos) y los ortodoxos; de ahí nació la sublevación de los macabeos.
Por esta época, el Mediterráneo oriental está repartido entre las diversas monarquías que nacieron de las conquistas de Alejandro: los láguidas reinan en Egipto; los seléucidas dominan sobre un imperio que se extiende teóricamente desde el Asia Menor hasta el indo, pero que con el correr de los años se fue reduciendo como una piel de zapa: se vio
amputado al oeste por las usurpaciones, al este por la independencia de hecho de algunos soberanos y por la expansión de los partos. Macedonia está gobernada por los antigónidas que con diversa fortuna intentan dominar sobre las ciudades de Grecia y las islas del Egeo. El pequeño reino de Pérgamo, en el extremo oeste del Asia Menor, está gobernado por los atálidas.
Todos estos reinos forman un mundo dinámico que extiende por todo el oriente los valores culturales griegos, dando así nacimiento a lo que se llama la civilización helenista. Si es real, aunque a veces superficial, la unidad artística y lingüística de este mundo, se trata sin embargo de un conjunto políticamente inestable, desgarrado por las guerras y las disputas dinásticas, en donde la imagen del soberano no puede separarse de la del caudillo guerrero, con todo lo que esto supone de energía física, de aptitud para mandar y por tanto de afición a la guerra. Estos reyes se preocuparon de perfeccionar su ejército, hasta el punto de que se ha podido hablar de una verdadera carrera de armamentos: la infantería pesada (la falange) estaba apoyada por una caballería pesada (los catafractarios) y una caballería ligera, a la que se añadían los elefantes. Los antigónidas, por ejemplo, tenían un depósito de 300 sementales y 30.000 jumentos y los seléucidas contaban con 500 elefantes.
En este contexto tan agitado, Palestina ocupa un sitio especial. Al constituir una parte de lo que entonces se llamaba la Koilé-Siria (esto es, la Siria hundida entre las mesetas del norte y las cadenas del Líbano y del Antilibano), era objeto de las ambiciones permanentes y de los conflictos que oponían a los láguidas y a los seléucidas. Parte integrante de la quinta satrapía persa (la Transeufrateana), cayó bajo el poder de los láguidas después de la conquista de Alejandro. Los judíos parece ser que se acomodaron bastante bien a aquella hegemonía que no les molestaba demasiado. Pero el año 200 (o el 198) a.C., Ptolomeo V fue vencido por Antioco III en la batalla de Panion: Palestina pasó entonces bajo el dominio del soberano seléucida. El nuevo amo se mostró diplomático con los judíos; por otra parte, Antioco III tenía otras preocupaciones, las que le daba la guerra con Roma. Derrotado en el 189, tuvo que firmar el tratado de Apamea y pagar una fuerte indemnización que gravó por mucho tiempo sobre la tesorería seléucida. Su sucesor, Antíoco IV Epifanes, deseoso de luchar contra las fuerzas centrifugas que minaban su imperio y de seguir las tradiciones de los fundadores de la dinastía, emprendió una política de helenización autoritaria de la que no se libró Palestina. Este intento dividió a los judíos en dos tendencias: los filohelenos (o pro-griegos) y los ortodoxos; de ahí nació la sublevación de los macabeos.
Por entonces, Roma
acabó la conquista de Macedonia (167) y emprendió una política consistente en
sostener a los estados más débiles (por su talla, como Rodas o Pérgamo; o por la
mediocridad de sus soberanos, como Egipto) contra los intentos imperialistas de
los seléucidas. Con este objetivo, impidió a Antioco IV que se siguiera
aprovechando de Egipto. Por el año 160, parece ser que Roma recibió
favorablemente una embajada judía enviada por Judas Macabeo (1 Mac 8). Se ha
discutido sobre la autenticidad del relato; no obstante, si los senadores
recibieron aquella embajada, se guardaron mucho de concederles ninguna ayuda
material y se contentaron con buenas palabras, aptas para dar pábulo
a la cizaña que cundía en el país.
a la cizaña que cundía en el país.
Roma no interviene de
nuevo directamente en el oriente hasta el siglo 1 a. C. El pretexto fue la
política expansionista de Mitridates Eupator, rey del Ponto (en la costa norte
del Asia Menor), que se presentó como campeón de la libertad de las ciudades
griegas contra el dominio romano. Las dos guerras sucesivas contra Mitridates
acabaron en tratados que no tuvieron ningún valor. El año 66 se le conceden a
Pompeyo poderes extraordinarios para combatir a dicho soberano y a su aliado
Tigranes de Armenia. Pompeyo, no contento con seguir las directrices del senado,
se aprovechó de la descomposición en que había caído lo que quedaba del reino
seléucida (Antioco XIII, el último soberano, acababa de ser asesinado) para
anexionar a Roma aquel territorio y crear así la provincia de Siria.
Las disenciones que
surgieron entre los príncipes de la dinastía asmonea (los descendientes de los
macabeos) le ofrecieron un pretexto para intervenir en Palestina. El año 64,
mientras estaba sometiendo a Siria, en Palestina se disputaban el poder Hircano
II y su hermano Aristóbulo, hijos de Alejandro Janeo. Pompeyo envió a uno de sus
legados a inspeccionar la situación y en la primavera del año 63 recibió tres
legaciones: una de Aristóbulo, otra de Hircano y la tercera del pueblo judío.
Avanzó entonces hacia Jerusalén, que le había prometido entregar Aristóbulo; en
el templo se atrincheraron los del partido de la resistencia. Después de tres
meses de sitio, Pompeyo se apoderó de la ciudad, decapitó a los responsables e
impuso un tributo a Jerusalén y sus alrededores; la zona costera y varias
ciudades fueron puestas bajo la autoridad del gobernador de Siria. Hircano se
quedó sólo con Jerusalén y la Judea; Aristóbulo y sus dos hijos, Alejandro y
Antigono, fueron llevados cautivos a Roma.
La estrategia era
sencilla: para proteger sus posesiones de Asia Menor y de Siria contra los
partos, Roma avasalla más o menos directamente a las regiones periféricas, esto
es, la Armenia, el reino judío y los pequeños principados árabes, como iturea.
Este proyecto explica igualmente que Roma diera varios decretos en favor de los
judíos: para asegurarse la fidelidad de sus nuevos clientes, tuvo que aceptar el
reconocimiento de algunos de sus particularismos.
DECRETOS EN
FAVOR DE LOS JUDíOS
En sus Antigüedades judías, el historiador judío Flavio Josefo detiene con frecuencia su relato para ofrecernos el texto de algunas disposiciones tomadas en el mundo romano en favor de los judíos. Se trata de unos veinte decretos o trozos de decretos promulgados durante las guerras civil y más tarde por Augusto o sus lugartenientes.
En sus Antigüedades judías, el historiador judío Flavio Josefo detiene con frecuencia su relato para ofrecernos el texto de algunas disposiciones tomadas en el mundo romano en favor de los judíos. Se trata de unos veinte decretos o trozos de decretos promulgados durante las guerras civil y más tarde por Augusto o sus lugartenientes.
Según las costumbres
legislativas de la época, estos decretos son circunstanciales y reflejan los
problemas planteados en un momento determinado en una ciudad concreta. Pero este
aspecto tan circunstancial no tiene que engañarnos: esos decretos ponían las
bases del estatuto particular de que gozaron los judíos a partir de su
integración en el imperio romano.
Ya desde el
principio, César recompensó a Hircano II por la ayuda que le había prestado,
reconociéndolo como etnarca y sumo sacerdote de los judíos a título hereditario.
Esta decisión constitucional fue seguida de una disposición más detallada: los
judíos no se veían obligados a dar alojamiento a las tropas romanas durante la
temporada de invierno ni tenían que pagar ninguna tasa por esa exención. Casi
por la misma época, César tomó medidas de orden fiscal para regular el pago de
impuestos en Palestina; era una puntualización que ratificaba la entrega hecha a
Hircano del norte del país; también dio normas para el cobro de tributos durante
el año sabático y su disminución en el año siguiente (cf. p. 21).
A continuación fueron surgiendo nuevas disposiciones que hay que explicar dentro del contexto de las guerras civiles: los judíos quedaban exentos del servicio militar debido a sus escrúpulos religiosos, ya que dicho servicio hacia imposible la observancia del sábado y de las normas alimenticias. Parece ser que esto afectaba a los judíos ciudadanos romanos, que podían por tanto verse alistados en la legión; este problema no se planteaba, como es lógico, para un cuerpo auxiliar que estuviera compuesto sólo de judíos.
A continuación fueron surgiendo nuevas disposiciones que hay que explicar dentro del contexto de las guerras civiles: los judíos quedaban exentos del servicio militar debido a sus escrúpulos religiosos, ya que dicho servicio hacia imposible la observancia del sábado y de las normas alimenticias. Parece ser que esto afectaba a los judíos ciudadanos romanos, que podían por tanto verse alistados en la legión; este problema no se planteaba, como es lógico, para un cuerpo auxiliar que estuviera compuesto sólo de judíos.
DECRETOS EN FAVOR DE LOS JUDIOS
Bajo la pritanía de
Artemón, el primer día del mes de Leneón, Dolabella, imperator,1 a los magistrados, al consejo y al pueblo de Efeso.
Salud.
Alejandro, hijo de Teodosio, embajador de Hircano, hijo de Alejandro sumo sacerdote y etnarca de los judíos, me ha explicado que sus correligionarios no pueden hacer el servicio militar porque no pueden llevar armas ni caminar en día de sábado, ni pueden procurarse los alimentos tradicionales que suelen tomar. Por eso yo, como mis predecesores, les concedo la exención del servicio militar y les permito que sigan las costumbres de sus padres y se reúnan para sus ritos sagrados según sus leyes y hagan sus ofrendas para los sacrificios...
(Flavio Josefo,
Antiquitatee judaicae, XIV, 225-227)
César Augusto, sumo
pontífice, revestido del poder tribunicio, decreta:... ha sido decidido por mí y
por mi consejo, bajo juramento, con la aprobación del pueblo romano, que los
judíos puedan seguir sus propias costumbres según la ley de sus padres, tal como
hacían en tiempos de Hircano, sumo sacerdote del Dios altísimo, y que sean
inviolables sus ofrendas sagradas y puedan ser enviadas a Jerusalén y entregadas
a los tesoreros de Jerusalén... Si se coge a alguien robando sus libros sagrados
o las ofrendas sagradas de una sinagoga..., será considerado como sacrílego y su
propiedad quedará confiscada en beneficio del pueblo romano.
(Flavio Josefo,
Antiquitates judaicae, XVI, 162-165).
1 P. Cornelio Oolabella, procónsul de Siria en el año 43. Este texto lleva entonces la fecha de 24 enero 43 a.c. |
Es interesante observar cómo la mayor parte de los decretos recogidos por Flavio Josefo van dirigidos a ciudades del Asia Menor; después de la muerte de César, los republicanos habían esquilmado todo lo posible a esas ciudades y los judíos tuvieron que quejarse de las vejaciones que sufrían tanto de ellos como de los griegos. Esto explica que los decretos favorables fueran dados por magistrados partidarios de los triunviros (magistratura de excepción, de carácter constitutivo, confiada el año 43 por el senado a Octavio, Marco Antonio y Lépido) y que correspondían a la orientación que habían tomado éstos después de la derrota de los republicanos en Filipos, el 42 a.C.
En los comienzos del
imperio se planteó un nuevo problema a propósito de la paga del didracma. En
efecto, los judíos de la diáspora (esto es, los que vivían fuera de Palestina)
pagaban un impuesto anual de dos dracmas —el didracma— para la reconstrucción y
el mantenimiento del templo; pues bien, parece ser que las comunidades del Asia
Menor y de Cirene encontraban dificultades para enviar a Jerusalén las sumas
recogidas. Los textos que nos transmite Flavio Josefo indican que el emperador o
sus lugartenientes les confirman a los judíos este privilegio fiscal. También
vemos cómo algunas ciudades del Asia Menor dieron por esta época algunas normas
que autorizaban a los judíos a observar el sábado, a construir sinagogas en
donde quisieran y a vender en el mercado productos alimenticios
kasher.
Esta legislación
podría parecer anecdótica si no estuviera cargada de consecuencias: la
aceptación de los particularismos conformes con las tradiciones y las leyes
ancestrales de los judíos equivalía al reconocimiento práctico de un derecho
peregrino especial y fundamentaba el estatuto de religio lícita que es el propio
del judaísmo; los cristianos gozarán de ese mismo estatuto mientras no se
separen de los judíos; luego, serán considerados como adeptos de una
superstitio. Además, se confirma otra paradoja: para anexionarse la Palestina
propiamente dicha, los romanos se vieron obligados a reconocer la autoridad del
sumo sacerdote sobre los judíos de la diáspora. Podemos entonces encontrar por
todo el imperio a judíos que, aunque sometidos al derecho romano, dependen al
mismo tiempo de la jurisdicción del sumo sacerdote o del sanedrin. Esto explica
ciertos aspectos del proceso de Pablo que fue sometido a juicio por el sanedrín,
por ser considerado como judío, mientras que al mismo tiempo apela a su
condición de ciudadano romano para acudir ante el tribunal del emperador (Hech
22-25). La última consecuencia es el reconocimiento de un privilegio fiscal
curioso: el sumo sacerdote tiene la facultad de exigir el didracma en todas las
comunidades judías del mundo romano y de hacerlo llevar libremente a
Jerusalén.
El
régimen herodiano
Las guerras civiles,
especialmente la de César contra Pompeyo, produjeron nuevos cambios en Palestina
favoreciendo la desaparición de la monarquía asmonea (descendientes de los
macabeos) y la ascensión política de Herodes.
LA ASCENSION POLÍTICA DE HERODES
El año 49 a.C., César
pensaba servirse de uno de los descendientes de los macabeos, Aristóbulo II,
confiándole dos legiones para combatir contra los partidarios de Pompeyo (los
pompeyanos) en oriente. Pero aquel proyecto fracasó, ya que Aristóbulo fue
envenenado y su hijo Alejandro decapitado por los pompeyanos en Antioquía.
Después de la victoria de César en Farsalia el año 48, Hircano II y su ministro
Antípatro se apresuraron a tomar el partido del nuevo dueño de Roma. En prueba
de su buena voluntad, Antípatro le llevó 3.000 hombres a César, que andaba
entonces con dificultades en Alejandría, e Hircano comprometió a los judíos de
Egipto para que se unieran al dictador. El año 47, los decretos en favor de
Hircano nos demuestran el agradecimiento de César.
Pero Hircano, aunque
sumo sacerdote y etnarca de los judíos, no tiene más que una autoridad teórica,
ya que Antípatro, nombrado por César epítropos (procurador), es el que gobierna
de hecho; por otra parte, él mismo puso las bases de su sucesión nombrando a dos
de sus hijos, Fasael y Herodes, estrategas de Jerusalén y de Galilea
respectivamente. El año 43, Antípatro procuró granjearse las simpatías de Casio,
uno de los asesinos de César, que era entonces procónsul de Siria; éste,
obligado a mantener un ejército importante, recaba en Palestina un impuesto de
700 talentos. Herodes es nombrado estratega de Koilé-Siria, pero su padre muere
por entonces envenenado.
Después de la derrota
de los republicanos en Filipos el año 42, Marco Antonio vino al Asia Menor para
sanear la situación de oriente; recibió sucesivamente una embajada de los
judíos, luego una de Hircano y finalmente acudió personalmente Herodes. Fasael y
Herodes son nombrados tetrarcas del territorio judío.
El año 40, Antígono,
hijo de Aristóbulo, intenta recobrar el mando buscando la ayuda de los partos:
Fasael e Hircano son apresados, pero Herodes logra refugiarse entre los
nabateos. Al enterarse de ello, nos dice Flavio Josefo, Fasael, seguro de que su
hermano le vengaría, no vaciló en suicidarse para librarse de la crueldad de los
partos. Antigono hizo cortar las orejas a Hircano a fin de hacerlo inepto para
el sacerdocio, pero la victoria del príncipe asmoneo fue de corta duración; en
efecto, sin miedo a las tempestades del invierno, Herodes se había embarcado
para defender su causa en Roma ante Antonio y Octavio; los triunviros le
concedieron entonces el título de rey. Vuelto en el año 39, reclutó un ejército
y emprendió la conquista de su reino. El año 38, toda Palestina, excepto
Jerusalén, estaba ya en sus manos. Con la ayuda de los romanos, tomó la ciudad
el 37. Antigono se rindió de manera no muy honrosa y fue decapitado por los
romanos.
Pero Herodes no podía todavía sentirse tranquilo, ya que en el 37 Marco Antonio, al regresar al oriente, entregó a Cleopatra, la reina de Egipto, toda la costa siropalestina, la Koilé-Siria, la Cilicia y Chipre (era el territorio ocupado por los láguidas en la época de la mayor extensión de Egipto). Herodes se vio obligado entonces a colaborar con la política de Antonio y de Cleopatra, proporcionándoles dinero y víveres. El año siguiente, la reina de Egipto recibió además el producto de los árboles de bálsamo de Jericó y una parte del territorio nabateo.
Cuando Antonio fue derrotado en Actium, el año 31, Herodes no vaciló en dirigirse a Octavio para expresarle su sumisión, de una manera muy hábil, a juicio de Flavio Josefo: nos dice este autor que Herodes fue fiel a Antonio hasta el último momento, pero cuando el triunviro perdió sus poderes, no tuvo reparos en volverse al vencedor, no ya para cambiar de alianza, sino para respetar el ideal de sus vínculos con Roma.
Pero Herodes no podía todavía sentirse tranquilo, ya que en el 37 Marco Antonio, al regresar al oriente, entregó a Cleopatra, la reina de Egipto, toda la costa siropalestina, la Koilé-Siria, la Cilicia y Chipre (era el territorio ocupado por los láguidas en la época de la mayor extensión de Egipto). Herodes se vio obligado entonces a colaborar con la política de Antonio y de Cleopatra, proporcionándoles dinero y víveres. El año siguiente, la reina de Egipto recibió además el producto de los árboles de bálsamo de Jericó y una parte del territorio nabateo.
Cuando Antonio fue derrotado en Actium, el año 31, Herodes no vaciló en dirigirse a Octavio para expresarle su sumisión, de una manera muy hábil, a juicio de Flavio Josefo: nos dice este autor que Herodes fue fiel a Antonio hasta el último momento, pero cuando el triunviro perdió sus poderes, no tuvo reparos en volverse al vencedor, no ya para cambiar de alianza, sino para respetar el ideal de sus vínculos con Roma.
LA POLÍTICA DE HERODES
Príncipe de estilo
helenista, pero de origen árabe, sin relación alguna con la familia de los
asmoneos, Herodes no pudo hacerse jamás con las simpatías de los judíos
piadosos. Era hijo de un idumeo, Antípatro, y de una nabatea; pues bien, los
idumeos (al sur de Judea), conquistados en el 126 por Juan Hircano, se habían
visto obligados a judaizarse y no eran considerados por consiguiente como fieles
de buena cepa; por esta razón, Herodes no ejerció nunca el cargo de sumo
sacerdote, sino que se lo confió a hombres de paja. Por otra parte, para
legitimar su poder, intentó aliarse con los asmoneos casándose el año 37 con
Mariamme, nieta de Aristóbulo II por parte de padre y de Hircano II por parte de
madre. Este cálculo político no le impidió por otra parte sentirse
apasionadamente enamorado de su esposa, a la que ejecutó sin embargo el año 29
inducido por los celos. Además, su afecto a la civilización griega se advierte
en el gusto por las grandes construcciones, los juegos y los espectáculos.
Extraordinaria figura de aventurero, debió su éxito a su sentido del
oportunismo; sabiendo que no era lo suficientemente poderoso para sacudirse el
yugo romano y que no era lo suficientemente popular para prescindir de su apoyo,
intentó siempre complacer a Roma por encima de todo. Esto basta para comprender
toda su política.
En primer lugar, es
un soberano constructor; levantó edificios en honor de Augusto; restauró Samaria
dándole el nombre de Sebaste (equivalente griego de Augusta), fundó una nueva
ciudad en la costa en el lugar llamado <<la Torre de Estratón>> y
llamó a este puerto Cesarea (nuestra Cesarea marítima); fundó también Antípatris
en honor de su padre y levantó una ciudad de tipo helenista cerca de Jericó,
llamándola Fasaelis en honor de su difunto hermano. Restauró varias fortalezas
en las que levantó palacios para su residencia: Herodium, Maqueronte, Masada.
Cerca de Jerusalén construyó un hipódromo.
Tampoco vaciló en
organizar juegos cada cuatro años en honor de Augusto en Cesarea y en la propia
Jerusalén. Se rodeó de eruditos formados en las letras griegas, como Nicolás de
Damasco, autor de una historia desgraciadamente perdida (que nos habría servido
para valorar y criticar los juicios de Josefo).
Para atraerse a los
judíos, activó la reconstrucción del templo y lo hizo embellecer; para ello tuvo
que hacer que mil levitas aprendieran el oficio de albañiles para evitar que los
simples obreros profanaran la parte reservada a los sacerdotes.
Frente a los
fariseos, su política fue generalmente dura. Por otra parte, también trató mal a
los saduceos, debido a sus simpatías con los asmoneos. El año 25, reprimió con
crueldad una primera conspiración de los fariseos. Y aunque no tenemos que tomar
siempre a Flavio Josefo al pie de la letra, parece ser que con el correr de los
años su poder se fue haciendo cada vez más despótico.
En el aspecto económico, su reino fue bastante próspero. La creación de Cesarea aseguró la posibilidad de comercio exterior con el Mediterráneo. El restablecimiento de la tranquilidad interior y la represión de los bandidos aseguraron el comercio interior. Cuando el hambre del año 25, mandó fundir su propia vajilla de plata a fin de comprar alimentos para los necesitados; el año 20, redujo los impuestos una tercera parte y el año 14 una cuarta parte.
En el aspecto económico, su reino fue bastante próspero. La creación de Cesarea aseguró la posibilidad de comercio exterior con el Mediterráneo. El restablecimiento de la tranquilidad interior y la represión de los bandidos aseguraron el comercio interior. Cuando el hambre del año 25, mandó fundir su propia vajilla de plata a fin de comprar alimentos para los necesitados; el año 20, redujo los impuestos una tercera parte y el año 14 una cuarta parte.
En general, gozó de
la confianza de Augusto y no desaprovechó nunca la ocasión de darle gusto y de
atestiguarle su devoción y su fidelidad.
El final de su vida
quedó ensombrecido por las disputas dinásticas. La oposición procede de los dos
hijos nacidos de su unión con Mariamme, Alejandro y Aristóbulo. Este conflicto
le hizo perder la confianza de Augusto. El emperador ordenó que se constituyera
en Beirut un tribunal compuesto de romanos y judíos, los dos jóvenes fueron
condenados y ejecutados con 300 cómplices, el año 7 a.C. Más tarde, fue
Antípatro, hijo de Mariamme II, nombrado heredero de su padre, el que conspiró
contra él. Fue enviado encadenado a Roma.
Enfermo y cercano ya
a su fin, Herodes mandó todavía quemar a dos fariseos que habían conspirado
contra él. Murió en Jericó el año 4 a.C., no sin haber tenido tiempo para
ordenar la muerte de su hijo Antípatro con el permiso imperial. Flavio Josefo
añade que había ordenado además la ejecución de varios notables judíos,
encerrados en el hipódromo, diciendo que de esta manera llorarían muchos en el
momento de su muerte.
LA SUCESION DE HERODES
Poco antes de su
fallecimiento, Herodes había arreglado su sucesión: Arquelao, hijo de la
samaritana Maltaké, heredaba el título de rey; Herodes Antipas se convertía en
tetrarca de Galilea y de Perea; Herodes Filipo, el hijo de Cleopatra, pasaba a
ser tetrarca del Gaulanítide, Traconítide, Batanea y Panias.
Desde el comienzo de
su reinado, Arquelao tuvo que enfrentarse con una rebelión fomentada por los
fariseos; al mismo tiempo, le discutía el título de rey su hermano Herodes
Antipas, que había sido designado anteriormente por Herodes para sucederle.
Acudieron a Roma varias delegaciones a presentar sus reivindicaciones, pero
Augusto reflexionó sobre el asunto y acabó confirmando más o menos el testamento
de Herodes: Arquelao se quedaba con Judea, Idumea y Samaria, pero sólo con el
título de etnarca; Antipas era tetrarca de Batanea, Auranítide y Traconitide.
Este arreglo no duró mucho tiempo: Arquelao escandalizó a todos al casarse con
una princesa capadocia, esposa anterior de Alejandro (hijo de Mariamme I) y de
Yuba de Mauritania. Por otra parte, una legación de judíos y de samaritanos lo
acusaron ante Augusto de cruel y de brutal. El año 6 p.C., el emperador depuso a
Arquelao y lo desterró a las Galias; en adelante, la etnarquía de Judea, Idumea
y Samaria se le confiaría a un procurador.
El
régimen de los procuradores
<<El año quince
del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea,
Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide
y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, le
llegó un mensaje de Dios a Juan...>> Así es como introduce Lucas la
predicación de Juan bautista (Lc 3, 1-2). Nos ofrece de este modo la fecha
exacta, según el estilo de la época. Empieza por el año del reinado del
emperador (el año quince del reinado de Tiberio, es decir, para nosotros, el
27/28 p.C.), un dato concreto, válido para todo el imperio; los nombres del sumo
sacerdote y de su suegro dan una indicación para Jerusalén y el mundo judío; los
nombres del procurador o gobernador y de los tetrarcas o virreyes indican esta
misma época, pero dentro del marco de Palestina.
Augusto, después de
haber depuesto a Arquelao, no quiso modificar la geografía política de
Palestina. En esto se conformó
a la tradición romana que procuraba utilizar siempre todo lo posible las
estructuras locales. Confió la parte central del país, con la capital, a un
funcionario imperial, mientras que las regiones periféricas (Galilea y
Transjordania) seguían bajo los príncipes herodianos o los soberanos locales,
como Lisanias. Esta situación quedó casi sin retocar hasta la gran sublevación
del año 66 p.C.
El procurador o
gobernador es un funcionario que depende directamente del emperador, reclutado
entre los miembros del orden ecuestre y por consiguiente con una retribución a
cargo del estado. Este titulo de procurador designa, por otra parte, a
funcionarios con diversas atribuciones. Puede tratarse de administradores de los
bienes patrimoniales del emperador y de los miembros de su familia, de jefes de
la cancillería o de los archivos. En la época de Augusto, este tipo de carrera
estaba aún en estado embrionario; se fue desarrollando progresivamente a medida
de las necesidades del poder central y alcanzó su organización completa en
tiempos de Adriano. Parece ser que durante la dinastía julio-claudia, estos
funcionarios encargados de administrar un pequeño territorio eran llamados
prefectos (el equivalente griego era éparchos, mientras que el de procurador es
épitropos; notemos en este sentido que las fuentes literarias, bíblicas y
extrabíblicas, siguen cierto laxismo en la utilización de estos
términos).
El procurador (lo
llamaremos así en adelante por simplificar las cosas) depende del gobernador de
la provincia de Siria que dispone de tres legiones (en esta época, la. III
Gálica, la VI Ferrata y la X Fretense), acantonadas en el nordeste del país, a
la otra parte del Eufrates; estas legiones están reforzadas por tropas
auxiliares, de forma que el total de efectivos suma unos 36.000 hombres. Hay una
flota anclada en Seleucia de Pieria, el puerto de Antioquía. El procurador, por
su parte, no dispone más que de tropas auxiliares, una especie de fuerza de
policía. Siempre le queda el recurso de pedir ayuda al legado de Siria, que a su
vez tiene facultades para intervenir cuando lo crea oportuno.
El procurador, como
todo gobernador provincial, es un representante directo del emperador; reúne por
tanto en sus manos los poderes civiles, militares y judiciales. A este
propósito, se ha discutido mucho si era sólo el procurador el que tenía derecho
a condenar a muerte o si tenían también esta posibilidad los judíos; en efecto,
vemos cómo los judíos le pidieron a Pilato la condenación de Jesús, apelando a
la prohibición que les habían hecho de dar la muerte; pero en el año 36 lapidan
a Esteban sin acudir a la autorización del ocupante. Hay dos formas de explicar
estos testimonios aparentemente contradictorios: o bien los poderes del
procurador habían quedado en el año 36 momentáneamente reducidos, o bien —y es
más verosímil— se trató en este caso de un arreglo de cuentas sin un verdadero
proceso y sin que las autoridades romanas quisieran o pudieran oponerse a
él.
Habitualmente, el
gobernador reside en Cesarea marítima, pero durante las fiestas principales
acude a Jerusalén, ya que las reuniones masivas de fieles servían fácilmente de
ocasión de tumultos que podían degenerar en motines. Entonces reside en la
fortaleza Antonia (en el ángulo norte del templo), o bien en el antiguo palacio
de los asmoneos.
En el aspecto
tributario, Roma cobra varias clases de impuestos a los territorios que dependen
de su administración directa: el tributum soli que afecta a todas las
propiedades provinciales (a no ser que gocen del jus italicum que las asemeja a
las propiedades italianas), y el tributum capitis que afecta a todas las rentas
mobiliarias. Además, sobre los individuos pesa un impuesto directo: el tributo
si se trata de peregrinos (¿Está permitido pagar tributo al César?: Mt 22, 17) y
la vigésima parte sobre la heredad si se trata de ciudadanos romanos. Los
impuestos indirectos no son muy conocidos en detalle; sabemos que había tasas
sobre las ventas, sobre las concesiones de libertad, así como derechos
aduaneros, los portoria (el más atestiguado de estos derechos de aduana es el
que se percibía en las fronteras de las Galias, llamado el “cuadragésimo de las
Galias”).
En las provincias
imperiales es el emperador el que goza de la percepción de los impuestos y el
que de hecho supervisa la operación por medio de sus procuradores. Con el correr
de los años, el emperador acabó controlando personalmente todo el sistema
fiscal. En la época que nos interesa, una parte de los impuestos directos se
percibía todavía por medio de los publicanos; se trata de financieros agrupados
en sociedad para encargarse de la recaudación de las tasas y de la adjudicación
de los trabajos. Estos financieros, generalmente salidos del orden ecuestre,
tienen oficinas para contratar empleados locales. Lucas nos refiere de este modo
la vocación de Leví-Mateo: “Al salir, vio a un recaudador llamado Leví sentado
al mostrador de los impuestos y le dijo: Sígueme” (Lc 5, 27). Se comprende el
escándalo que daba Jesús al llamar a semejante individuo en su seguimiento; no
sólo se trataba de un empleado de aduanas, sino además de un judío que aceptaba
trabajar con los romanos y que por tanto estaba continuamente en contacto con
los infieles y en peligro continuo de mancillarse. Esto explica por qué los
publicanos eran asociados a los pecadores en las acusaciones de los fariseos que
recogen los evangelistas.
GASTOS DE
TRANSPORTE
«A lo largo del camino, los que
transportan incienso ho dejan de pagar, unas veces por el agua, otras por el
forraje o los gastos de posada y de fielato. De forma que los gastos se elevan a
688 denarios por camello antes de llegar a la costa del Mediterráneo” (Plinio,
His. Nat., XII, 32, 6).El incienso de primera calidad valía entonces 6 denarios la libra (327 gr.) o sea, unos 18 denarios el kilo. Como el camello lleva unos 300 Kg., los 688 denarios representan el 13% de gastos de transporte. |
El resto de Palestina estuvo hasta el año 66 bajo la autoridad de los príncipes herodianos; su poder sin embargo estaba estrechamente sometido a la voluntad de la autoridad romana y sufrió varias veces eclipses, como vamos a ver. En efecto, Herodes Filipo II gobernó hasta su muerte, en el año 34, sobre la tetrarquía de Transjordania (excepto Perea); al mismo tiempo, Herodes Antipas gobierna en Galilea y Perea, pero víctima de las intrigas de Agripa 1, fue desterrado a las Galias por Calígula en el año 39. Fue Herodes Agripa I, hijo de Aristóbulo, el que heredó las posesiones de sus tíos; obtuvo en primer lugar la tetrarquía de Filipo II y luego se hizo cargo de Abilene al desaparecer Lisanias (del que no se sabe casi nada); el año 39, Calígula le confió la Galilea y la Perea y luego, en el 41, la etnarquía de Judea-Samaria con el título de rey. Así, pues, hasta su muerte en el año 44, Herodes Agripa I reunió todo el antiguo reino de su abuelo Herodes. Al morir, parece ser que Roma se encargó directamente de la administración de la mayor parte de Palestina. No obstante, por el año 50, Herodes Agripa II, que hasta entonces había vivido en Roma, recibió el principado de Calcis; desde el 49, era también gobernador del templo con derecho a supervisar el nombramiento de los sumos sacerdotes. Por el año 53, cambió Calcis por Abilene y la antigua tetrarquía de Transjordania. Nerón le entregó además una parte importante de Galilea y de Perea y de algunas ciudades. Después de la sublevación de los años 86-70, desaparecieron estos principados, tanto más fácilmente cuanto que también se había extinguido la familia de los herodianos.
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